ORIGEN
DEL PENSAMIENTO CRÍTICO.
El pensamiento crítico es una actitud intelectual que se
propone analizar o evaluar la estructura y consistencia de los razonamientos, en particular las opiniones o afirmaciones que en la vida
cotidiana suelen aceptarse como verdaderas. También se define, desde un punto
de vista práctico, como un proceso mediante el cual se usa el conocimiento y la inteligencia para llegar, de forma efectiva, a la posición más razonable y
justificada sobre un tema, y en la cual se procura identificar y superar las
numerosas barreras u obstáculos que introducen los prejuicios o sesgos.
El pensamiento crítico tiene sus orígenes en la filosofía antigua y en
disciplinas de fundamentación como la lógica, la retórica y la dialéctica. El
interés de estas áreas surge por el rol fundamental que se le asigna al
individuo y a su capacidad de “racionalidad” (Chaffee, 2000). En la psicología
este proceso toma gran importancia desde los trabajos realizados por Wundt,
quien buscó conocer los procesos cognitivos implicados en el pensamiento y
razonamiento. Posteriormente, a lo largo de los años se han ido investigando la
participación de éste proceso y el rol que desempeña en el aprendizaje de las
personas, en contextos educativos fuera y dentro del aula, y en la vida diaria
(Chaffee, 2000).
Si bien sus
orígenes se remontan a la época griega y se le relaciona mucho con el filósofo
Sócrates, el término hoy en día es definido de diferentes maneras. Pero, tal
vez, lo más provechoso del pensamiento crítico no es su concepción, sino
lo que este como herramienta nos ayudará
a lograr con los alumnos, tal y como está indicado en el DCN anterior, “la
promoción del nivel de pensamiento crítico en los alumnos va más allá del
simple manejo y procesamiento de información, porque incentiva al alumno a
construir su propio conocimiento y porque está orientado hacia el logro de una
comprensión profunda y a su vez significativa del contenido de aprendizaje,
incide de manera positiva en el manejo de una serie de capacidades subordinadas
y, sobre todo, porque desalienta el tipo de aprendizaje en el que el alumno es
un elemento pasivo”. ¿Cómo? Primero, invitando al niño y al joven a dar su
opinión. Segundo, haciendo que esta opinión vaya de la mano con el
razonamiento, respetando su desarrollo cognitivo y afectivo. Tercero,
permitiendo que mediante esta forma de pensamiento, los niños y jóvenes sean
sujetos activos, capaces de actuar propositivamente en sus respectivas
realidades. Todo lo anterior se integra en un objetivo mayor que es: formar
futuros ciudadanos y constructores de la democracia.
El pensamiento Crítico es definido actualmente como un proceso activo,
persistente y minucioso que implica un impacto considerable sobre algo o
alguien (Fisher et. al, 2008). Es activo porque implica autorreflexión, auto
cuestionamiento y búsqueda de distintas fuentes de información (no solo
buscarla, sino también tomarlas en cuenta). Es persistente porque implica
invertir tiempo para tomar una postura o decisión, y es minucioso porque se
requiere de un análisis detallado de la situación y de elementos que la
conforman. A esto se le agrega, necesariamente, que implica “pensar en lo que
se está pensando”; es decir, requiere que el individuo este consciente de sus
propias estructuras del pensamiento, habilidades/debilidades de su razonamiento
y del proceso que se está ejecutando al pensar críticamente
Por todo lo dicho, es importante destacar que el pensamiento crítico se
vincula de manera importante con el aprendizaje de los estudiantes, pues a
mediano y largo plazo su adquisición promueve que los alumnos se vayan
haciendo, paulatinamente más autónomos en su proceso educativo. Es decir,
provee de herramientas al estudiante para saber el por qué y para qué de lo que
aprende; así como también, contribuye a que el estudiante logre identificar
aquella información correcta de la que no la es; en otras palabras, desarrolla
capacidades para reconocer y diferenciar argumentos bien sustentados, sólidos y
justificados de los que no lo son (Chaffee, 2002).
De igual manera, en la medida que disminuye la credulidad y pasividad de
los estudiantes frente a la información que reciben (gracias al desarrollo del
pensamiento crítico) los métodos y estrategias de aprendizaje, usados por
estos, también se modifican, pasando de ser memorísticos a interpretativos y
cuestionadores.
Por último, el conocer la utilidad de los conocimientos que se adquieren,
en la escuela, identificar la solidez de sus contenidos, las diversas fuentes
de información de las cuales se obtiene y los distintos puntos de vista que
puede existir en un mismo campo; favorece a la generalización de los
aprendizajes (Fisher, 2008). En pocas palabras, el pensamiento crítico
contribuye a que el estudiante puede trasladar y aplicar lo aprendido en la
escuela a cualquier otro ámbito de su vida, logrando así uno de los objetivos
fundamentales de la educación escolar.
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